Ni corsarios ni piratas: la desestabilización como política de Estado

Somos lo Peor, parodia a la incompetencia del gobierno de Trump.

Por: Raúl Antonio Capote |

La más relevante amenaza para la paz mundial es hoy la potencia que se autoproclama su principal garante (internacionales@granma.cu)

Somos lo Peor, parodia a la incompetencia del gobierno de Trump.
Somos lo Peor, parodia a la incompetencia del gobierno de Trump.

En todo el año 2025 la política exterior de la Casa Blanca se caracterizó por la aplicación de un programa de desestabilización hegemónica, poniendo en evidencia que la principal amenaza para la paz mundial emana de la potencia que se autoproclama su principal garante.

Codificado a finales de año en la Estrategia de Seguridad Nacional de EE. UU. (ESN) 2025, este enfoque global, promotor de inseguridad, profundizó los conflictos y amenazó la soberanía de los pueblos.

La ESN estableció un marco para la desestabilización sistemática de gobiernos y regiones considerados obstáculos para los intereses estadounidenses, priorizando el hemisferio occidental, sin abandonar sus acciones a nivel global.

En el continente americano, esta estrategia se tradujo en una suerte de declaración de propiedad sobre sus recursos naturales, justificando su apropiación por la fuerza, para usarlos en la confrontación geopolítica con Rusia y China.

La región, amenazada por la presencia de la marina estadounidense desplegada en el Caribe, sufrió la versión actualizada de la Doctrina Monroe, enriquecida por las iniciativas de la administración Trump.

El enfoque de la estrategia estadounidense contra Venezuela ha seguido líneas claras: se inició con prohibiciones de visados a individuos, se expandió a sanciones sectoriales (finanzas, petróleo) y finalmente llegó al bloqueo económico casi total.

La narrativa pública transitó así, desde la supuesta defensa de los derechos humanos hacia acusaciones de narcoterrorismo, hasta llegar al punto en que la administración Trump otorgó a la marina de su país patente de corso para asaltar embarcaciones civiles y robar barcos cargados de petróleo, eso, si Venezuela no le devuelve su «derecho a saquearla».

Sin esbozo, altos funcionarios de la Casa Blanca, indicaron que la campaña militar busca presionar al presidente Nicolás Maduro para que «se haga a un lado».

En línea con esta política de despojo en América Latina, durante 2025 se observó un rumbo mucho más agresivo en el control de las cadenas de suministro de minerales críticos, especialmente el litio en el «Triángulo del Litio» (Argentina, Bolivia y Chile), bajo el argumento de la «seguridad nacional».

APOYO A GOBIERNOS AFINES Y CASTIGO A LOS REBELDES

La política yanqui es selectiva, castiga a gobiernos progresistas y apoya abiertamente a aliados de derecha y extrema derecha, incluso interfiriendo en procesos electorales si así lo considera necesario.

Washington combinó sanciones económicas, operaciones militares encubiertas, uso de mecanismos judiciales (Lawfare), guerra sicológica, financiamiento a las oposiciones internas y a las campañas de desinformación, para influir en procesos electorales y asegurar gobiernos alineados con los intereses de Washington.

Por citar un ejemplo concreto, se aprobó un rescate económico para el gobierno de Javier Milei en Argentina, días antes de unas cruciales elecciones legislativas, una evidente interferencia en ese proceso.

Otra muestra de injerencia interesada fue el indulto al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández, condenado por narcotráfico, mientras, la Casa Blanca manifestaba su apoyo a un candidato de derecha durante el proceso electoral en ese país centroamericano.

Contra el «Eje del mal» –Cuba, Nicaragua y Venezuela– presenciamos un replanteamiento de la estrategia subversiva, dando paso, en primer lugar, a la utilización de los grandes conglomerados mediático-tecnológicos.

El objetivo es doble: maximizar el control sobre el financiamiento de la guerra híbrida y, al mismo tiempo, aplicar una presión económica y financiera sin precedentes contra los gobiernos disidentes.

Además, buscan cerrar las vías para la emigración legal e ilegal, y crean dentro de los países «enemigos» una «olla a presión» que provoque protestas masivas y la ingobernabilidad que justifique la «ayuda humanitaria».

Bajo el pretexto de la lucha contra el narcotráfico y el control migratorio, EE. UU. ha incrementado su presencia militar indirecta con el establecimiento de centros de «monitoreo» en países aliados, que funcionan como puntos de vigilancia sobre infraestructuras críticas, como el Canal de Panamá o el Estrecho de Magallanes.

En Haití, el apoyo estadounidense a la Misión Multinacional de Apoyo (liderada por Kenia) generó fuertes críticas, mientras grupos armados aprovecharon el vacío de poder para sojuzgar el país.

El Plan Colombia, renovado en su aniversario 25, con bases para la llamada «contención regional», buscó posicionar a ese país como plataforma para presionar a Venezuela y controlar la Amazonía.

La gestión de los flujos migratorios se utilizó como una herramienta de cambio político. EE. UU. presionó a los países de tránsito (como México, Guatemala y Panamá) para que actúen como muros de contención, generando tensiones y obligándolos a aceptar condiciones económicas y de seguridad desfavorables.

Mientras, aplicó una política de criminalización, persecución, encarcelamiento y expulsión de inmigrantes dentro de EE. UU., estableciendo centros de detención cuyas condiciones han sido denunciadas por organismos humanitarios como crueles e inhumanas.

ESTADOS UNIDOS CONTRA EL MUNDO

El balance de 2025 revela una crisis de la hegemonía estadounidense y de la arquitectura global creada después de la Segunda Guerra Mundial: Washington busca una reconfiguración del orden mundial utilizando la coerción y la fuerza.

La Casa Blanca buscó defender su hegemonía con el uso de sanciones contra China, guerra de aranceles y tensión en Taiwán, presiones a Rusia y apoyo a Kiev con millones de dólares, dinero que no dejó de fluir a pesar de las conversaciones de paz que trató de protagonizar Donald Trump, en un intento por salvar a su aliado al borde del desastre.

Crecieron las tentativas de expansión de la influencia de la OTAN y el mantenimiento del conflicto en Ucrania, utilizada como una herramienta para debilitar a la Federación de Rusia y asegurar la dependencia energética de Europa hacia el gas estadounidense.

Tras los aranceles iniciales a China, Canadá y México –establecidos entre febrero y marzo–, el 2 de abril Trump anunció el «día de la independencia económica» y presentó un diseño injusto e irreal de los aranceles recíprocos aplicados a escala prácticamente global.

En ese orden de cosas, en el Medio Oriente, Washington persistió en el apoyo incondicional a sus aliados estratégicos, lo que exacerbó la inestabilidad regional y dificultó la resolución de conflictos en Gaza y el Líbano, manteniendo a la región en un estado de crisis humanitaria permanente.

El apoyo incondicional a Israel por parte de la actual administración, le dio continuidad al compromiso estadounidense con la entidad sionista, lo que le hace responsable de los crímenes cometidos contra los pueblos palestino, libanés e iraní, víctimas de las armas «generosamente» entregadas por Washington.

Los muertos en Gaza, desde octubre de 2023, superan los 75 000, la mayoría mujeres y niños; el 95 % de la población desplazada; brotes de cólera y hambruna generalizada; infraestructura totalmente destruida: sin hospitales funcionales, ni sistema de agua o electricidad, es el saldo de la política estadounidense.

La región enfrenta ahora tres crisis superpuestas: el genocidio contra el pueblo palestino, una guerra fría que puede tornarse caliente en cualquier momento entre Irán e Israel, y un nuevo santuario terrorista del EI en Siria que amenaza la estabilidad global.

Mientras, en Asia-Pacífico se incrementó la presencia militar estadounidense en el Mar de China Meridional y alrededor de Taiwán. ee. uu. incrementó ventas de armamento como misiles Patriot y sistemas de ciberdefensa a Taiwán, y realizó ejercicios navales conjuntos con aliados del Quad (Japón, India y Australia).

Se espera un 2026 complejo, en el que una reinterpretación de la Doctrina Monroe por parte de EE. UU. ponga énfasis en el debilitamiento de la alianza de países latinoamericanos con los Brics, de los procesos de integración de la Celac y del ALBA-TCP.

El mayor riesgo para la región no será tanto una invasión militar –escenario no descartable–, sino la erosión sistemática de la soberanía por medio de la coerción económica, la judicialización de la política y la militarización de la seguridad pública: un arsenal de herramientas ya probadas por Washington contra sus adversarios.

Ni corsarios ni piratas: la desestabilización como política de Estado

Fuentes: BBC, NYT, CNN, EFE, TeleSur, Grupo de Puebla Net, Lemondediplomatique.cl, wsws.org

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