Ofelia Jerez, los campesinos en la Sierra un apoyo de los rebeldes

Ofelia Jerez, los campesinos en la Sierra un apoyo de los rebeldes
Ofelia Jerez, los campesinos en la Sierra un apoyo de los rebeldes
Ofelia Jerez, los campesinos en la Sierra un apoyo de los rebeldes

Por los sitios intrincados y montañosos de la provincia de Santiago de Cuba se mueven historias y testimonios de la gesta revolucionaria antes de 1959, unos son de protagonistas y otros repetidos como tradición pero vividos por los más añosos, familiares o amigos.

Con el saludo a Ofelia Jerez, al pasar por el Consejo Popular Los Negros, en la localidad de Contramaestre, se desbordaron los relatos de una etapa de lucha, donde las serranías y sus campesinos fueron abrigo seguro de los integrantes del Ejército Rebelde en los frentes de combate.

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Ofelia Jerez,- Oportunidad única que ennoblece los corazones ante la humildad de campesinas que como ella ayudó y cooperó con los revolucionarios alzados en la loma, por la zona de El Oro, en plena Sierra Maestra del actual municipio de Guamá.

26 de Julio 1960: Más de un millón de cubanos en la Sierra Maestra con Fidel
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Ofelia dijo alto: ¡Viva la Revolución! porque tiene 86 años y ella es la prueba de cómo se dignificó al campesinado en la sociedad cubana, después del Primero de Enero.

Ofelia Jerez, contó que en el firme de esas montañas estaba su casa. Por allí era el paso obligatorio de los rebeldes y también pernoctaban, su papá los conocía y se trataban en silencio.

Ella era la mayor de sus hermanos y le correspondía hacer el café que pilaban al momento de colar.

Recordó que con tres días de bombardeo por los aviones de la tiranía de Fulgencio Batista en el sitio de La Anita, su padre escondió a un grupo de revolucionarios quienes le decían a ella que colocara sabanas para tapar la entrada de la casa y que no los vieran.

recordó que con tres días de bombardeo por los aviones de la tiranía de Fulgencio Batista en el sitio de La Anita, su padre escondió a un grupo de revolucionarios quienes le decían a ella que colocara sabanas para tapar la entrada de la casa y que no los vieran.

Ofelia siempre fue muy despierta y les respondió: “no hace falta, ni se imaginan que ustedes están aquí”, para decir a continuación que sintió miedo como si la estuvieran buscando a ella.

Por esos lares conoció a Ramiro Valdés Menéndez, lo vio dos veces cuando atravesó desde un campamento que solo su progenitor podía nombrar. Llevaba sombrero y era muy joven y espigado.

Ya para esos últimos años de la década de los 50 del pasado siglo crecieron los deseos de emancipar a la Patria para poder trabajar la tierra, tener empleos, escuelas y hospitales, confesó la otrora muchacha de baja estatura y ojos verdosos.

En su casa todos querían ir al campamento, ganados por la ejemplar humildad y valentía de los rebeldes, por el hablar de sus sueños que hoy son realidades.

Entonces, un día, no amaneció su hermano Amador, el de 16 años, en la casa, y aunque todos sabían nadie preguntó ni dijo, pues lo mismo ocurrió en otros hogares vecinos.

Fidel en la revolución de los campesinos
Fidel en la revolución de los campesino

Aquella fue una época de pobreza absoluta, muchos para vivir tenían que sembrar la comida en un palmo de suelo, tumbar monte para hacer un bohío o un vara en tierra que luego encontraba dueño que mandaba a desalojar, se vivía muy mal en el campo y en condiciones insalubres.

Durante la conversación, Ofelia contó del nacimiento de sus 13 hijos, de los cuales se realizó el parto de tres con la ayuda de los mayores porque no llegó la única autoridad sanitaria, la comadrona.

Después del ciclón Flora, en octubre de 1963, fue a vivir a Los Negros, más cerca de la familia de su esposo y aunque este constituye un sitio alejado de la ciudad santiaguera, es un Consejo Popular con escuelas de diferentes enseñanzas, circulo infantil, médicos y enfermeras de la familia, y un enorme hospital, el «Olo Pantoja», en Contramaestre.

Ofelia Jerez, los campesinos en la Sierra un apoyo de los rebeldes
Ofelia Jerez, los campesinos en la Sierra un apoyo de los rebeldes

Ofelia Jerez, recordó que con tres días de bombardeo por los aviones de la tiranía de Fulgencio Batista en el sitio de La Anita, su padre escondió a un grupo de revolucionarios quienes le decían a ella que colocara sabanas para tapar la entrada de la casa y que no los vieran.

Ofelia Jerez, aunque está al amparo de uno de sus hijos, campesino y productor, camina sola hasta su casita pegada al campismo Las Golondrinas, sin miedo de guardias rurales y saludada afablemente por aquellos que la conocen o no, a quienes gusta contar sus historias, que son las de Cuba libre.

María Antonia Medina Téllez

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Campesinos- Cuando hace 65 años los integrantes de la Agrupación Católica Universitaria se propusieron realizar su famosa encuesta a los trabajadores rurales cubanos (1956-1957) –acaso el retrato más completo y mejor documentado de entonces sobre lo que pasaba en nuestros campos–, no les quedó otra opción que inventarse una manera muy rara para preguntarle a aquella gente por su nivel educacional.

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«¿Ud. no sabe leer y escribir, no?», interrogaba textualmente el cuestionario, como queriendo disimular o en el mejor de los casos restar importancia al bochornoso trance que representaba para el guajiro reconocer un analfabetismo crónico, que la propia encuesta se encargaría de confirmar con pelos y señales: hacia 1957 el 43 % de los campesinos cubanos no sabía leer ni escribir y el 44 % no había asistido nunca a una escuela. Campesinos.

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No fueron estos los únicos males que desenterraron los encuestadores: en la «próspera» Cuba de finales de los 50 solo el 0,8 % de las viviendas del campo era de mampostería, con techo de tejas y piso de cemento; el 63,9 no tenía ni inodoro ni letrina; el 85,5 se alumbraba con una chismosa y algo todavía más sorprendente: según el propio sondeo, sus habitantes pesaban 16 libras por debajo del promedio teóricamente aceptado, equivalente al 91 % de desnutrición.

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En medio de un oscurantismo tan cruel como bien aprovechado, miles y miles de hombres y mujeres del campo –y también de la ciudad– habían optado a inicios de la década por encomendarse al Buzón de Clavelito, un espacio de Unión Radio, donde el poeta repentista villareño Miguel Alfonso Pozo, convertido en una suerte de brujo mediático, «curaba» los males de la Isla, ya fueran de salud, de dinero o de amor.

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Muchos dicen –y la razón parece estar de su lado– que en buena medida la Revolución Cubana fue resultado directo de los problemas acumulados en el campo, los mismos que en 1953 había denunciado Fidel en ocasión de su apasionado alegato de La historia me absolverá, que luego vendría a refrendar el trabajo de campo de la Agrupación Católica Universitaria.

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El más grande de todos pero no el único era que los mejores suelos del país no eran del país, sino de las compañías extranjeras que por décadas venían «tragando y tragando» tierra, como diría el trovador –las norteamericanas eran dueñas de casi 100 000 caballerías–, y que el 1,5 % de los propietarios concentraba más del 46 % del área nacional en fincas.

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De transfigurar aquella realidad se encargaría la Revolución del 1ro. de enero de 1959, y todavía más, la del 17 de mayo del propio año, una revolución dentro de otra, que entregó la tierra en propiedad a quienes la trabajaban; reivindicó la sangre de Niceto Pérez, de Sabino Pupo, de Felino Rodríguez y de otros muchos; le cortó las alas al latifundio y en particular a la sacarocracia; acabó con la aparcería, el desalojo y el tiempo muerto, y les devolvió las esperanzas a aquellas almas que, en medio del desamparo y las artimañas, llegaron a confiar más en el agua milagrosa de Clavelito que en todos los políticos de la época.

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