Por: Marta Gómez Ferrals
CMKC Radio Revolución.- En una manifestación de pueblo se convirtió el sepelio de Frank País y de Raúl Pujol. El asesinato a mansalva del joven revolucionario Frank País García y su compañero de lucha Raúl Pujol Arencibia, el 30 de julio de 1957, en su natal Santiago de Cuba, es uno de los sucesos más terribles y luctuosos grabados en la historia nacional. Paradójicamente, también robusteció la conciencia y la voluntad de combate de todo un pueblo.
Una multitudinaria manifestación de dolor constituyó el sepelio de ambos héroes, en la que la ciudadanía santiaguera, en nombre de toda Cuba, mostró su fuerza y su cólera, sin miedo, desafiando a las armas que los apuntaban en esquinas y plazas. El pueblo recorrió las calles cantando y clamando justicia, bajo una lluvia de flores procedentes de muchos balcones.
Nadie ha olvidado esa jornada en la cual madres patriotas especialmente acompañaron a Doña Rosario, la corajuda progenitora de Frank País, aquel jovencito de solo 22 años que tanto había hecho por la Patria en su corta vida truncada.
El 26 de julio de 1959, en el propio cuartel Moncada se declaró la fecha de su vil asesinato como Día de los Mártires de la Revolución, en homenaje a todos los inmolados en la causa de la libertad. Frank había sobrevivido solo un mes justo a su hermano Josué, masacrado en otro crimen de la dictadura junto a otros luchadores.
En el momento de su muerte, Frank –David en la clandestinidad- era miembro de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio, fundado en 1955 por Fidel antes de partir al exilio. Dirigía el frente de Acción y Sabotaje, responsabilidad que lo hacía desplegar una acción incesante, arriesgada y sin cuidarse un ápice, por toda la ciudad.
Lo hacía, a pesar de que desde los sucesos del alzamiento del 30 de noviembre de 1956, organizado por él en apoyo al desembarco del yate Granma, había sido apresado y encausado por la justicia. Sufrió prisión entonces, y al salir estaba fichado y fuertemente vigilado por los esbirros de Fulgencio Batista, que cometían crímenes sin cesar por toda Cuba.
Frank no descansó un instante, a riesgo de su vida. Se encontró con Fidel Castro en la Sierra Maestra en febrero de ese año y no cesó en el trabajo organizativo de enviar apoyo de hombres, armas y medicamentos a la lucha armada iniciada en la cadena montañosa.
Sus compañeros de entonces lo recuerdan como un ser lleno de luz, animado por el fuego sagrado de sus convicciones y de la necesidad de la lucha que creía lo más justo para la Patria.
Maestro de profesión, graduado en la tradicional y prestigiosa Escuela Normal de Santiago de Cuba, su cuna fue muy humilde, la de dos modestos emigrados españoles de Galicia. El padre, pastor protestante, y la madre, quien resultó el horcón de la familia con la muerte temprana del progenitor.
Ambos formaron en él valores como la honradez, la decencia, la generosidad, el amor al suelo natal. Se hizo martiano desde muy joven y era fiel al ideario de José Martí. Por eso militó desde la adolescencia en diversas organizaciones estudiantiles de la enseñanza media, en las que tuvo un papel destacado en pos de lo justo.
Era noble, serio, y al mismo tiempo muy alegre, amante de diversiones juveniles, la música, fiestas, y se dedicaba a las artes plásticas de forma aficionada.
A partir del golpe de estado perpetrado por Batista en 1952, se robusteció su conciencia, y además su trabajo como profesor en el colegio El Salvador. En 1954, año de su graduación, funda la organización Acción Revolucionaria Oriental (ARO), junto a Pepito Tey y otros amigos, ya con el objetivo de asumir la lucha armada como método de combate.
Por eso, al conocer más tarde sobre la fundación del M-26-7, se pone en contacto con Fidel y solicita su pertenencia a la nueva organización. La ARO dirigida por él se suma al nuevo organismo. No caben dudas de su gran sentido del momento histórico y de su evolución política en permanente maduración.
Raúl Pujol había nacido el dos de diciembre de 1918 en Palma Soriano, cercano a Santiago. Desde joven se trasladó a vivir en la antigua capital de la provincia de Oriente.
Allí, con tesón y trabajo pudo hacerse dueño de una pequeña ferretería, la cual puso luego casi totalmente al servicio de la causa revolucionaria, que abrazó desde muy joven. Era también un militante vertical, dispuesto a todo y muy osado.
El día del monstruoso crimen que segó la vida de ambos en el afamado Callejón del Muro, Frank había estado refugiado en la casa de Raúl, cerca de ese sitio.
Pero una delación puso a los sicarios en la pista de los revolucionarios y sus agentes comenzaron a registrar las casas de la barriada. Raúl se enteró de la inspección, estando fuera de casa. Avisó a su joven compañero y convino con él en verse pronto afuera, para salir de la zona. Demasiado tarde.
Mientras caminaban fueron interceptados, identificados por un antiguo condiscípulo de Frank, en ese momento casquito, y ultimados vilmente en plena calle.
Pero las vidas que el crimen y la alevosía arrancaron en plena flor, siempre lloradas, también se multiplicaron más desde ese mismo instante. Es una lección que el enemigo tuvo entonces, y aún hoy debe recordar.