¡Cheíto sí que la bota!

¡Cheíto sí que la bota! Pedro José Rodríguez, o simplemente Cheíto, de Cienfuegos y de Cuba.
¡Cheíto sí que la bota! Pedro José Rodríguez, o simplemente Cheíto, de Cienfuegos y de Cuba.
¡Cheíto sí que la bota! Pedro José Rodríguez, o simplemente Cheíto, de Cienfuegos y de Cuba.

Inmediatamente que llegó la triste noticia, recordamos cuántos momentos de alegría nos trajo el toletero inmortalizado desde entonces por Juan Formell en un estribillo: «¡Cheíto sí que la bota!«.

Esta crónica la escribí en 1992, la publiqué en el periódico Vanguardia y aparece en mi libro: Con el santo claro. Con ella quiero rendirle homenaje a mi amigo Cheito Rodríguez.

Este domingo los cienfuegueros despedirán del béisbol activo a Pedro José Rodríguez, el poeta de los jonrones. No intento escribir de sus 286 jonrones ni de sus más de 960 carreras impulsadas, pues de eso se encargarán los especialistas de las cifras, los récords y las curiosidades.

Voy a tratar de evocar en un breve espacio, a quien actualmente es mi amigo, una amistad que me costó tanto esfuerzo ganar como si me hubiera propuesto dispararle un inatrapable a Braudilio Vinent.

Comencé en el año 78 a escribir una sección “Desde la Cueva” de Las Villas cuando ya Cheito era El señor Jonrón. El Sandino fue su cuna y los aficionados que lo habían seguido desde pequeño, iban muchas veces solamente a estadio para verlo batear. Con Olivera, Muñoz, Alberto, Jova, Gurriel (a Víctor lo conocía desde Sagua) fui por orden sosteniendo conversaciones amistosas, y por último con Cheito Rodríguez.

Cuando uno de esos extraclases, conectaban un batazo decisivo, al arribar al banco yo los entrevistaba para mi sección. Entonces en la intimidad diaria, me detallaban lo ocurrido. De Cheito lo que más pude lograr fue que me dijera: Lisa o Gancho, definiendo si era recta o curva el lanzamiento sobre el que había conectado el jonrón.

Dos años llevaba sancionado cuando me lo encontré en Cienfuegos, como rival en un torneo de softbol a la piña. Allí permaneció como hasta las dos de la tarde como si estuviera discutiendo la Copa del Mundo. Le dije en un aparte: “Cheo, por qué tú no haces gestiones, si el compañero que cometió la indisciplina junto contigo, a los seis meses ya estaba jugando.”

Entonces me respondió como siempre, encogió los hombros y bajo la cabeza, pero esta vez fue algo más explícito: “No puedo ni ver la pelota por la televisión, pues me cae una nostalgia tremenda. ¡Si me dejaran llegar a los 300 jonrones!

Fallece destacado pelotero de Cuba Pedro José Rodríguez

En la confección del equipo Las Villas para la XIV Serie Selectiva me batí a capa y espada con el comisionado Manuel Morales para que lo devolvieran al juego activo. Tras una acaloradísima discusión, y ya a la salida, Morales me dijo: “Es lógico que usted defienda a uno de sus atletas, pero me parece que se excedió”.

Entonces le contesté. “Yo no soy del sectorial deportivo, ni Cienfueguero, soy tan solo un periodista, que vino aquí a trasmitir el reclamo de miles de aficionados que quieren ver de nuevo a Cheito Rodríguez.

Regresó al otro año, pero con muchas libras más de peso y ya no pudo ser el mismo, pues las lesiones comenzaron a jugarle una mala pasada.

Este domingo en Cienfuegos, van a despedir al poeta de los jonrones, porque jonroneros hay y habrá muchos en este país, pero capaces de ponerle métrica a un batazo y sacarle imágenes y metáforas, solamente existirá uno: Cheito Rodríguez.

¡Cheíto sí que la bota! Pedro José Rodríguez, o simplemente Cheíto, de Cienfuegos y de Cuba.
¡Cheíto sí que la bota! Pedro José Rodríguez, o simplemente Cheíto,
de Cienfuegos y de Cuba.

¡Cheíto sí que la bota!

En diciembre pasado, un proyecto editorial me puso otra vez delante de un gentil hombre, cuya armadura muscular fue noticia en cada terreno de pelota en que se paraba. Hablamos poco de récords y de jonrones, de esos con los cuales hacía que la bola viajara insospechadas distancias cuando salía de su bate, acelerado por sus potentes muñecas.

Sin embargo, frente a él es imposible no recordar que fue quien más rápido llegó a cien cuadrangulares en series nacionales, al hacerlo en 1 304 veces al bate. Difícil no mencionar sus proezas, como la de los 71 vuelacercas en una temporada (1977-1978), incluyendo los torneos domésticos e internacionales.

En ella, durante los Juegos Centroamericanos de Medellín, pegó 15 bambinazos en 45 turnos, o lo que es lo mismo, uno cada tres ocasiones en home. Allí, en dos partidos consecutivos dio tres batazos de cuatro esquinas, y como si fuera poco, la botó en los diez juegos de ese calendario.

Aún son recordados los dos jonrones ante el lanzador Ken Dayley, en la Copa Intercontinental que se celebró en La Habana, en 1979, con los que obró la victoria, que parecía imposible, frente al elenco de Estados Unidos.

«El hombre que más fácil daba jonrones en Cuba era él, parecía que no pasaba trabajo», dijo alguien que en eso de mandar pelotas «para la calle» hizo un verdadero doctorado: Antonio Muñoz.

Pero Pedro José Rodríguez, o simplemente Cheíto, de Cienfuegos y de Cuba, fue un ser humano mucho más grande que todos esos largos estacazos que nos hicieron levantarnos de los asientos del estadio o saltar frente al televisor.

Ni en los momentos más duros de su carrera, cuando estuvo fuera de la selección nacional tres años, se le escuchó proferir alguna queja; siempre lo habitó la palabra precisa, la que no lastima, la que dice más de los que lo rodean, que de él. Aunque era el más temido por los lanzadores, su proverbial modestia engrandeció a uno de los peloteros más queridos de Cuba.

Cuando le pedí que me hablara del jonrón de 1978, que decidió el título de la serie selectiva frente a Pinar del Río, ante el estelar Rogelio García, mostró el decoro con el que vestía su humildad.

«Casi todas las entrevistas empiezan por esa noche de aquel 25 de mayo, o terminan por ahí. No, no me molesta la pregunta, pero me pone en un aprieto. Siempre se habla de ese jonrón, pero nadie me ha preguntado nunca cuántos ponches me dio Rogelio. Fueron tantos, que yo no podría decirte el número, y como a mí, a muchos más».

En el Latinoamericano, en uno de esos certámenes internacionales que embarazaban sus gradas con el latir de los aficionados para el alumbramiento de un nuevo triunfo, la selección cubana se mediría con Japón en el juego decisivo.

El Comandante en Jefe iría al crucial duelo, pero también lo hizo antes, y conversó con los peloteros. Cheíto recuerda que «analizó con lujo de detalles al elenco asiático, su defensa, su velocidad en las bases, su tacto al bate y su hermético pitcheo.

Yo estaba muy cera de él, tanto que me pudo pasar el brazo sobre los hombros y, con una palmadita, me dijo: “hace falta que des dos jonrones hoy, nos harán mucho falta”. Y los di, compadre. Me sentí el hombre más feliz, al verlo aplaudiéndome en las gradas detrás de home».

Se dicen que los jonrones salen, que no se persiguen, pero Rodolfo Puente, capitán de aquel equipo, en esa condición, testigo muy cercano del dialogo con Fidel, le dijo: «Saliste a darlos». Cheíto le contestó: «¿Cuándo nosotros hemos quedado mal con él?».

¡Cheíto sí que la bota! Pedro José Rodríguez, o simplemente Cheíto, de Cienfuegos y de Cuba.
¡Cheíto sí que la bota! Pedro José Rodríguez,
o simplemente Cheíto, de Cienfuegos y de Cuba.

Cheo, como lo llaman sus amigos, no se ponchó este sábado, cuando su corazón se apagó tras duro bregar.

Los cienfuegueros y los cubanos lo veremos pasar en cada bola que eleven nuestros peloteros, para seguir honrándolo como lo inmortalizó el genial Bobby Salamanca: «Pase usted, señor jonrón».

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