Manuel Mercado conservó celosamente las cartas de José Martí.
El 18 de mayo de 1895 José Martí se encontraba en el campamento mambí de Dos Ríos, al sur de la entonces provincia de Oriente. Estaba allí porque convenció al General en Jefe Máximo Gómez con sólidos argumentos políticos, para que lo autorizara y lo incorporara entre los expedicionarios que luego desembarcaron por La Playita, cerca de Cajobabo, en la costa sur cubana, en la noche del 11 de abril.
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Recordemos que Martí había salido de Cuba desterrado el 25 de septiembre de 1879 a bordo del vapor Alfonso XII, rumbo a Santander, España. Habían transcurrido diez y seis años de exilio. Por eso, al pisar el suelo patrio el Delegado se sentía eufórico al caminar por los senderos de la espesura cargando su mochila. Con su fusil al hombro, en fila india como un combatiente más.
Martí comienza a escribir su primera carta en la manigua en la mañana del 15 de abril y la concluye al siguiente día. Va dirigida a Benjamín Guerra y a Gonzalo de Quesada. Al atardecer el General en Jefe le comunica que como Delegado del Partido Revolucionario y por sus servicios prestados a la causa independentista, ha sido ascendido al grado de Mayor General del Ejército Libertador. Inmensa fue su alegría al conocer la noticia.
El sábado 18 de mayo en el campamento mambí se desarrollaban las actividades rutinarias de la vida en campaña. El General en Jefe había salido en día anterior a emboscar una tropa española. Martí a quedó a cargo del campamento insurrecto.
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Martí, el poeta, el político. El que había fundado un partido donde unió a los desunidos. El que convenció a los que no lo estaban de reiniciar la lucha. El que se echó a su espalda organizar el levantamiento armado. El que centavo a centavo reunió los fondos para comprar las armas y los pertrechos. El que no perdió la fe luego del revés de Fernandina. Ahora, ese hombre se encontraba en un campamento mambí ansioso por lanzarse al campo de batalla.
Y para que no le estallase el corazón por tantas emociones recibidas, Martí decidió compartirlas con su mejor amigo, a quien llamaba su hermano: el mexicano Manuel Mercado.
Cuando el Apóstol José Martí se encontraba escribiéndole a Mercado, escuchó que se acercaba una caballería. Detuvo la pluma, alzó la vista y reconoció al General Bartolomé Masó que con una numerosa tropa avanzaba hacia el campamento.
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Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895Señor Manuel Mercado
Mi hermano queridísimo:
ya puedo escribir: ya puedo decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía y orgullo y obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber- puesto que lo entiendo y tengo fuerzas con qué realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.
Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.
Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos- como ese de Ud. y mío,- más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión a los imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de Nuestra América, al norte revuelto y brutal que los desprecia,- les abrían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato y de ellos.
Viví en el monstruo y le conozco las entrañas, – y mi onda es la de David.
Ahora mismo, pues días hace, al pie de la victoria con que los cubanos saludaron nuestra salida libre de las sierras en que anduvimos los seis hombres de la expedición catorce días, el corresponsal del Herald, que me sacó de la hamaca en mi rancho, me habla de la actividad anexionista, menos temible por la poca realidad de los aspirantes, de la especie curial, sin cintura ni creación, que por disfraz cómodo de su complacencia o sumisión a España, le pide sin fe la autonomía de Cuba, contenta solo de que haya un amo, yankee o español, que les mantenga, o les cree, en premio de oficios de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante,- la masa mestiza, hábil y conmovedora del país,- la masa inteligente y creadora de blancos y negros. Y de más me habla el corresponsal del Herald, Eugenio Bryson: – de un sindicato yankee, -que no será-, con garantía de las Aduanas, harto empeñadas con los rapaces bancos españoles, para que quede asidero a los del norte, – incapacitado afortunadamente, por su entrabada y compleja constitución política, para emprender o apoyar la idea como obra de gobierno. Y de más me habló Bryson,- aunque la certeza de la conversación que me refería, solo la puede comprender quien conozca de cerca el brío con que hemos levantado la revolución,- el desorden, desgano y mala paga del ejército novicio español,- y la incapacidad de España para allegar en Cuba o afuera los recursos contra la guerra, que en la vez anterior solo sacó de Cuba.- Bryson me contó su conversación con Martínez Campos, al fin de la cual le dio a entender este que sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con los Estados Unidos a rendir la Isla a los cubanos.- Y aun me habló Bryson más: de un conocido nuestro y de lo que en el norte se le cuida, como candidato de los Estados Unidos, para cuando el actual presidente desaparezca, a la presidencia de México.
Por acá, yo hago mi deber.
La guerra de Cuba, realidad superior a los vagos y dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas, a que solo daría relativo poder su alianza con el gobierno de España, ha venido a su hora en América, para evitar, aun contra el empleo franco de todas esas fuerzas, la anexión de Cuba a los Estados Unidos, que jamás la aceptarán de un país en guerra, ni pueden contraer, puesto que la guerra no aceptará la anexión, el compromiso odioso y absurdo de abatir por su cuenta y con sus armas una guerra de independencia americana.- Y México- ¿no hallará modo sagaz, efectivo e inmediato, de auxiliar, a tiempo, a quien lo defiende?. Sí lo hallará, – o yo se lo hallaré. – Esto es muerte o vida y no cabe errar.
El modo discreto es lo único que ha de ver. Ya yo lo habría hallado y propuesto. Pero he de tener más autoridad en mí, o de saber quien la tiene, antes de obrar y aconsejar. Acabo de llegar. Puede aún tardar dos meses, si ha de ser real y estable, la constitución de nuestro gobierno, útil y sencillo. Nuestra alma es una, y la sé, y la voluntad del país: pero estas cosas son siempre obra de relación, momento y acomodos. Con la representación que tengo, no quiero hacer nada que parezca extensión caprichosa de ella.
Llegué, con el General Máximo Gómez y cuatro más, en un bote, en que llevé el remo de proa bajo el temporal, a una pedrera desconocida de nuestras playas; cargué catorce días, a pie, por espinas y alturas, mi morral y mi rifle,- alzamos gente a nuestro paso; siento en la benevolencia de las almas la raíz de este cariño mío a la pena del hombre y a la justicia de remediarla; los campos son nuestros sin disputa, a tal punto, que en un mes solo he podido oír un fuego; y a las puertas de las ciudades, o ganamos una victoria, o pasamos revista, ante entusiasmo parecido al fuego religioso, a tres mil armas; seguimos camino al centro de la Isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dió, y se acató dentro, y debe renovar conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas.
La revolución desea plena libertad en el ejército, sin las trabas que antes le opuso una Cámara sin sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de su republicanismo, o los celos, y temores de excesiva prominencia futura, de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana,- la misma alma de humanidad y decoro, llena del anhelo de la dignidad individual, en la representación de la república, que la que empuja y mantiene en la guerra a los revolucionarios.
Por mí, entiendo que no se puede guiar a un pueblo contra el alma que lo mueve, o sin ella, y sé como se encienden los corazones, y como se aprovecha para el revuelo incesante y la acometida el estado fogoso y satisfecho de los corazones.
Pero en cuanto a formas, caben muchas ideas: y las cosas de hombres, hombres son quienes las hacen. Me conoce. En mí, solo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. – Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí, o a otros.
Y ahora, puesto delante lo de interés público, le hablaré de mí, ya que solo la emoción de este deber pudo alzar de la muerte apetecida al hombre que, ahora que Nájera no vive donde se le vea, mejor lo conoce, y acaricia como un tesoro en su corazón la amistad con que Ud.. Lo enorgullece. Ya sé sus regaños, callados, después de mi viaje. ¡Y tanto que le dimos, de toda nuestra alma, y callado él!. ¡Qué engaño es éste y que alma tan encallecida la suya, que el tributo y la honra de nuestro afecto no ha podido hacerle escribir una carta más sobre el papel de carta y de periódico que llena al día!
Hay afectos de tan delicada honestidad….
(la llegada al campamento del General Bartolomé Masó, con sus fuerzas, le hizo interrumpir esta carta que luego no pudo terminar)