Por: MsC. Santiago Romero Chang
CMKC, Radio Revolución.- Sería interesante confirmar si en los primeros 470 años de historia Santiago de Cuba tuvo algún otro personaje costumbrista conocido por Tao, como el que vi hasta hace treinta años, un indio jaranero, bailarín, trabajador y padre por excelencia, hijo de una de las cartománticas más celebres que tuvo la ciudad, al punto que se decía que la madre vivió muchos años en la punta de la loma de Reloj y San Carlos, porque desde la cima podía ver mejor el bien y el mal con nombres y apellidos, incluso, color de la piel, estatura y hábitos.
Tao fue fundador de la Cuban Telephone Company , primero comenzó como limpiador de pisos de la planta que estuvo en la esquina de Callejón del Carmen y San Pedro, luego mensajero hasta que se convirtió como mejor detector de interrupciones y empatador de cables, organizador provincial del sindicato de los trabajadores de las comunicaciones y “Alcalde de Veguita de Galo”, sí, como usted lo lee, una distinción otorgada -sin decretos, ni ceremonias- por los vecinos de la calle Rius Rivera.
Hace cinco décadas Tao llegó a la Veguita, a la casa 114 y medio, en Rius Rivera, entre Calvario y Hermanos Marín, próxima a la llamada Sierrita Chiquita o Chicharrones, nada menos como moledor de maíz, no por oficio, sino por obligación de Godoberta Hierrezuelo, la madre de su pretendida Zoeleang, una china muy bella que nadie conocía, porque vivía encerrada en la pobreza familiar. ¡Imagínese usted cómo estaban aquellos brazos moledores!.
A Taíto lo respetaban tanto los bandoleros como los homosexuales, los dueños de los clubes como los guapos, nadie quería problemas con aquel indio fornido, carismático por excelencia, pero muy educado y “ocurrente”. Apenas podía caminar por Santiago de Cuba, porque siempre iban hacia él, lo mismo que el barbero, los locos del barrio, las mujeres como los niños. Era como un hombre orquesta.
Ya sea por la muerte de un vecino, la rotura de la guarapera de Trocha y Corona, la fundición de una bombilla pública, un juego de pelota en la Veguita, los arreglos de las calles y hasta como enfermero, como aquel día que le recetó gasolina y petróleo a un conocido que jamás se lavó bien sus jerarquías y el hedor llegó hasta Caballo Blanco, el fondo de Chicharrones; y qué decir de las numerosas muelas que extrajo con un alicate y sin quejas de ningún paciente.
Tao solía ponerse una muda de trabajo y por encima otra de “salir” hasta llegar al trabajo. Un día le tocó detectar ochocientas interrupciones en un registro telefónico soterrado es la esquina de Santo Tomás, hoy Felix Pena, esquina Heredia, en uno de los ángulos más concurridos del céntrico parque Céspedes.
De pronto, se quitó la primera ropa y caminó tres metros, cuando un grupo de señoras comenzaron a ofenderlo y él inocente no sabía qué hacer, hasta que los propios compañeros reían al verlo con su “cetro” afuera del pantalón inferior, supuestamente, cerrado.
En la calle Enramadas sorprendía en cualquier vidriera a aquellas mujeres que deleitadas en la limpieza de los cristales, desde adentro pegaban su gracia divina, provocación que Taíto respondía con un alarde de toque directo al punto G.
Los gritos se oían en Barracones, cerca de la avenida Michelsen, hoy Jesús Menéndez, donde el Alcalde de Veguita de Galo conoció al Conde Negro, entonces, era el jovencito Beny Moré, cuando el sonero hacía sus pininos con la orquesta de Mercerón.
A Tao lo veían como un trabajador social que ayudó a tantos “personajes” de Santiago de Cuba como Nené Champola, Garrafón, el loco Vitamina, Aguacero; el abre hueco y cumplidor en todos los velorios -Pico y Pala-, Cuecoduro, Jacobo, Chago Mantequilla, Pisa Bonito, Patricia –La Decana del Travestismo en Santiago de Cuba-, Lafargue – redactor de informes indescifrables-, afeminados muy notorios como Saraza, Juan Pescao, Silvio, la familia Angué, el respetable Diablo Rojo –corredor en patines y organizador del tránsito en la ciudad, Zapatico –el tirador de piedras en calle Iglesia y por todo el patio del hospital La Colonia Española; Yakelin y la Baba –la insólita pareja de todos los tiempos-, incluso, fue muy amigo de Bertha, La Pregonera y del Vendedor de Ajo por excelencia, un galleguito rechoncho que iluminó todo el entorno de El Tivolí hasta las proximidades del parque Céspedes hasta la calle San Francisco, siempre con la peculiar improvisación de “!Ajo pa´ti y pa´la niña bonita que va con su madre de ojos azules y redondos; Ajo para los buenos y para los malos Ajo-derse!”
El día que se supo que Tao fue atrapado por la corriente eléctrica al salvar a su esposa e hijos, muchos corrieron hasta el Hospital Provincial, menos la madre Amanda quien veía claro que a su indio no le tocaba el turno con La Parca. “Si no me lo cuidan bien, se me va dentro de un año exactamente”, dijo categóricamente aquella señora octagenaria, capaz de ensaltar una aguja sin espejuelos.
Y fue tan precisa Amanda que el tiempo la obedeció como toda un criatura; Tao vivió a plenitud un año después hasta que a las 10 y 30 de la mañana del 17 de diciembre de 1985, el Día de San Lázaro, sorprendió la noticia de la muerte de El Alcalde de Veguita de Galo, el hombre que revolucionó la comunidad que frecuentaron trovadores célebres como: Compay Segundo, Lorenzo Hierrezuelo, Mario Fausto Rudy y Eliades Ochoa; cantantes como Pacho Alonso que tenía una hermana doctora en prolongación de San Félix y Hermanos Marín; Caridad Hierrezuelo, Mirtha Arencibia; escritores y poetas de la talla de Ramón Rafael Pardo Ascencio, popular dramaturgo y guionista de la emisora radial CMKC, incluso su primo Antonio Ascencio Romero, sobrino de Taíto y fundador de la UNEAC, convocado dos veces a integrar el Jurado Premio Casa de las Américas cuando se desconocía de su fallecimiento hace dos años, además, la novelista Marcia Leonor Castellanos Parra, célebre por las temáticas sociales muy agudas llevadas desde el barrio a varias joyas literarias.
Hubo luto y muchas anécdotas, un féretro que ganó toda la calle Calvario, hoy Porfirio Valiente, hasta Martí y Moncada, sin toques de cornetas, ni ceremonias, sí el dolor de innumerables personas, sobre todo, muchas mujeres que lloraron ante el adiós de El Alcalde de Veguita de Galo, el indio que me salvó dos veces la vida y me inscribió como el segundo de sus cuatro hijos naturales y cuyo nombre real fue Gilberto, pero un error en la notaria dejó constancia de su identidad como Silvestre Ulises Romero Picarín, simplemente, Tao.