Pruebas que entrañan proeza

Cuba contra el Coronavirus

Por: Yeilén Delgado Calvo
Tener acceso a tiempo a la prueba imprescindible para diagnosticar una enfermedad, puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. (Granma)

En el caso de una pandemia tan veloz como la provocada por el SARS-COV-2, determinar si una persona es portadora o no del virus, incide en los niveles de expansión y, por ende, en la salud de muchos otros ciudadanos.

Por ello, no puede dejar de mover a admiración y a asombro, a pesar de la inevitable rutina del parte diario, que Cuba ya roce cada día las 5 000 pruebas de reacción en cadena de la polimerasa (PCR, por su sigla en inglés).

En la información de Salud Pública, dada a conocer en la mañana de este viernes 28 de agosto, se reportaron 5 002 muestras analizadas en los laboratorios del país. El total asciende a 382 496, de las cuales el 1,01 % resultó positivo a la COVID-19.

Las PCR no son cosa nueva. En los años 80 revolucionaron la genética y, desde entonces, debido a que permiten copiar una pequeña cantidad de ADN millones de veces, hasta que haya suficiente para el análisis, y detectar con elevada fiabilidad fragmentos del material genético de un patógeno o microorganismo, se utilizan ampliamente y con varios fines.

No obstante, no deja de ser una tecnología cara; implica, además de contar con las pruebas pcr en tiempo real, poseer los laboratorios y el personal altamente calificado que labore en ellos.

Desde que en marzo el país comenzara la batalla frontal contra este coronavirus, ha usado todas sus fortalezas para aumentar, paulatinamente, el número de análisis y de laboratorios disponibles. Se logra porque existe voluntad política para asegurar el material y la infraestructura necesarios, y una poderosa reserva de capital humano, que ante una mínima ­capacitación científica puede asumir tales desafíos, aunque le resulten novedosos.

No puede subestimarse el costo que tiene para Cuba sostener tal ritmo de diagnóstico en medio de la difícil situación económica que, incluso antes de la pandemia, imponían las restricciones del Gobierno estadounidense, y que se ha arreciado por la paralización de sectores productivos y comerciales en este escenario sanitario, donde el bloqueo, lejos de suavizarse, persigue donaciones y ayudas de todo tipo.

Que cada cubano sospechoso, contacto de caso confirmado, aquejado de una afección respiratoria, acceda a la pcr tantas veces como sea necesario, hasta saberlo sano, constituye una victoria contundente. Recordar que se ofrece de manera totalmente gratuita no es ocioso ni propaganda, más si se sabe que en naciones de Europa y América el precio en clínicas privadas ronda los 150 euros o 120 dólares, respectivamente.

Pruebas, medios de protección, alimento, transporte para trabajadores y muestras, electricidad… forman el entramado para asegurar una dinámica que supera ampliamente la clásica jornada laboral y que, en el caso de Cuba, es una proeza.

Sin embargo, lo vital, en lo que se debe pensar dos veces antes de irrespetar las ­medidas sanitarias o el aislamiento social, es en la entrega anónima de las mujeres y hombres que obtienen, transportan y procesan las muestras, que superan a diario el miedo en la cercanía al virus, y a contagiarse o contagiar a los suyos, que descansan poco, y seguramente sienten una tristeza tremenda al descubrir cada caso positivo.

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