«Cuando me enteré de la caída del régimen de Batista»

Raúl irrumpe en el Cuartel Moncada y se enfrenta a Rubido.

Fidel había predicho que el Cuartel Moncada debía rendirse a sus fuerzas en los primeros días de enero de 1959. Yo había entrado en aquella fortaleza en 1953, como prisionero, junto a otros compañeros que atacamos el Moncada. Fidel había sido llevado directamente al Vivac de Santiago de Cuba.

Fidel, lector voraz, amante de la prensa.
Fidel, lector voraz, amante de la prensa.

La historia fue así. Yo estaba en el central Soledad, ahora llamado El Salvador, cuando me enteré de la caída del régimen de Batista. En aquel entonces estaba organizando, por instrucciones de Fidel, el ataque a la ciudad de Guantánamo. Una vez que empezaron a escucharse las primeras noticias procedentes de la República Dominicana, partí al encuentro de Fidel y logramos encontrarnos entre San Luis y Palma Soriano. Juntos fuimos hasta las estribaciones de las lomas situadas alrededor del Norte de Santiago de Cuba, en el lugar conocido por El Escandel. Desde allí se hizo contacto con una representación de la guarnición de Santiago de Cuba, formada por unos 5 000 hombres. Esta representación estaba encabezada por el jefe de la plaza, coronel Rego Rubido. Fidel ordenó que le llevaran hacia El Escandel a toda aquella oficialidad y, si mal no recuerdo, creo que Rego Rubido propuso que alguien del mando revolucionario les hablara primero a los oficiales, y yo me ofrecí para hacerlo.

Me acompañaron dos oficiales del Ejército Rebelde a Santiago de Cuba, a donde llegamos al atardecer. El pueblo estaba en la calle. El ejército, aunque ya derrotado, todavía tenía sus armas. Entramos por la puerta principal del Moncada, por la misma que en 1953 me condujeron detenido y bajo las miradas amenazantes y los insultos de los oficiales y soldados. En el edificio de la jefatura saludé a dos o tres oficiales guerrilleros del Tercer Frente que ya se encontraban allí y que, por otras vías, encabezados por el comandante René de los Santos, habían llegado al Moncada antes que yo.

Me llevaron al despacho del Jefe del Regimiento, en el cual también me estuvieron interrogando en 1953, en aquella ocasión el general Díaz Tamayo. Allí, en el despacho, les hablé a los oficiales, parado sobre el buró de trabajo del Jefe del Regimiento. Observé que en la pared, al alcance de mis manos, se encontraba un retrato del general Tabernilla, jefe del Ejército, y otro de Batista.

Al concluir mis palabras dirigidas a los oficiales, y comunicarles la decisión de Fidel de que yo debía conducirlos a El Escandel para que tuvieran una entrevista con él, arranqué de la pared el retrato del general Tabernilla y se lo di al coronel Rego Rubido, quien lo tomó en sus manos con indecisión, sin saber qué hacer con él, al ignorar cuál era mi propósito. Inmediatamente después, arranqué el retrato de Batista, lo alcé sobre mi cabeza, delante de los oficiales, di el grito: ¡Viva la Revolución!, y estrellé el retrato del tirano contra el suelo. Todos los oficiales del Ejército, la Marina y los principales jefes de la Policía que también se encontraban allí, al unísono dieron un estentóreo: ¡Viva la Revolución!, en contestación al mío. El oficial que estaba a mi lado sobre el buró, todavía tenía el retrato de Tabernilla en sus manos, me miraba sin saber qué hacer, y fue entonces cuando le pregunté: ¿Qué pasa, viejo? Comprendió, y también tiró contra el suelo el retrato de su antiguo general.

Inmediatamente después de los aplausos, los oficiales me pidieron que debía hablarles también a las tropas que se encontraban alborotadas y sin ninguna dirección en el polígono del Cuartel Moncada. Fui inmediatamente al balcón. No tenía micrófono. Después de algunos aplausos se hizo el silencio, y les empecé a hablar.

Como un tenue rumor, primero, y después para convertirse inmediatamente en un grito, más bien como una consigna generalizada, vociferaban: «¡gerolán!, ¡gerolán!, ¡gerolán!». Me sorprendí de aquellos gritos y le pregunté a un oficial del ejército de Batista que se encontraba al lado, qué era gerolán, y me dijo que no sabía; indagué con otro, mientras se mantenía rítmicamente el reclamo del gerolán. Hasta que, por fin, uno de los oficiales se me acercó y me dijo: «Comandante, el gerolán es el nombre de una medicina reconstituyente para viejos, y los soldados le dicen así al sobresueldo o gratificación que les pagaban en campaña». Y el reclamo era porque, en realidad, hacía meses que no lo cobraban, pues sencillamente se los habían robado algunos oficiales de la jefatura de aquellas tropas. «Habrá gerolán para todos mañana mismo», les dije, y la tropa aplaudió delirantemente mis palabras. Al final pude concluir mi mensaje al ejército rendido.

Raúl irrumpe en el Cuartel Moncada y se enfrenta a Rubido.
Raúl irrumpe en el Cuartel Moncada y se enfrenta a Rego Rubido.

Mientras Raúl mira el horizonte marino, expresa:

–Señores, una cosa tremenda es ver la caída de un régimen.

Este testimonio está publicado en el libro El pueblo cubano, de la colección La naturaleza y el hombre, de Antonio Núñez Jiménez.

LA «HERENCIA» DEL DICTADOR BATISTA

Cuando la Revolución triunfa el Primero de Enero de 1959, encontró un panorama desolador, que nos ubicaba entre los países más pobres de Latinoamérica y del mundo. Esta es la «herencia» que dejó el dictador Batista.

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