Por: Indira Ferrer Alonso
Portada: edición Santiago Romero Chang
Por el humanismo.- Los cubanos vivimos hoy uno de los momentos más complejos en los últimos 64 años. Las carencias ocasionadas por la aplicación precisa y constante de la política de asfixia económica del gobierno estadounidense contra la Isla, y los innegables efectos de una crisis internacional, configuran un panorama difícil para esta nación caribeña.
Como resultado, los habitantes de este país atravesamos serias dificultades para el acceso a bienes y servicios indispensables que, si bien no han dejado de prestarse, evidencian un declive a partir del desabastecimiento que impacta -negativamente- a todos los sectores de la sociedad.
Las recias circunstancias actuales confirman una antiquísima verdad: en los momentos difíciles aflora lo peor o lo mejor de los seres humanos; y siempre ha de prevalecer la bondad, por muchos que sean los problemas.
Sin embargo, en nuestro contexto, emergen lastres como el desvío y acaparamiento de recursos, los precios abusivos y especulativos, y parece estar de moda el afán individualista y mezquino de sacar el máximo provecho a la necesidad de los demás, aunque ello implique exprimirles los bolsillos y las esperanzas.
Además, es preocupante cómo en ciertos espacios se naturalizan el maltrato, la avaricia y quedan relegados valores distintivos del pueblo cubano como la solidaridad y el respeto.
Mal andamos si al menor reclamo en una guagua alguien explota, si cargar un niño en brazos o en el vientre es poca cosa para los que van «pegados» al asiento en el transporte público; si vemos como normal que los medicamentos y otros insumos se vayan «por la izquierda» y que los «no hay» amordacen la voluntad. Mal andamos si nos creemos la sarta de justificaciones sin sentido que expetan los que lucran a costa de los problemas y con tal de seguir haciéndolo usan el malestar de todos para dividir… como si en verdad les doliera, como si no fuera su negocio atizar el sufrimiento ajeno y punzar donde más le duele a la sociedad.
No podemos seguir así: el maltrato «no puede ser la manera en que nos tratemos ni puede ser la manera pasiva en que nosotros veamos ese abuso y ese desprecio hacia alguien», ha dicho el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, refiriéndose a los desmanes que a veces vemos y asumimos como parte del día a día.
«Es que la gente está estresada, mija», suele decir mi vecina ¿Y cómo no estarlo en un país que lucha con uñas y dientes por mantener a flote su proyecto social, cuando le cierran las puertas, le estrechan el cerco, le aprietan el cuello…? Cuando el gobierno más poderoso del planeta aplica con precisión y eficacia una política de exterminio que a todos, o a casi todos, nos está llevando al límite… Y digo «casi» porque siempre al «río revuelto» (este río de necesidades insatisfechas) van a buscar ganancias esos a los que el tiempo de crisis les saca lo peor.
Pero una cosa es que haya problemas y otra muy distinta es que perdamos los sentimientos, que perdamos la capacidad de ayudar, que se naturalicen la indolencia y el individualismo, o que, como alertó el jefe de Estado, «se nos rasgue el tejido espiritual de la sociedad».
Tenemos un bloqueo atroz delante, y otro interno, tan perjudicial como el primero, y a caso más abominable y lastimoso porque si es repudiable la malsanidad de un gobierno extranjero, más repudiable y triste es la miseria de alma entre cubanos, el que a algunos les importe más el dinero que hacer el bien… y que encima nos consolemos con que «la vida está dura» y por eso la gente se ha puesto así.
Nosotros somos más que esto y lo hemos demostrado mil veces. La solidaridad forma parte de la esencia de este pueblo y, principalmente en situaciones difíciles necesitamos afianzarnos, unirnos y reencontrarnos en esa manera de amar y de ayudar que nos hace más humanos.
Creo en ello y es mi escudo ante la desesperanza y el pesimismo. No porque lo diga Díaz-Canel, con cuyas ideas comulgo, sino porque es lo que aprendí de esta misma sociedad. Si duros son los tiempos, más ha de serlo el lazo que nos une.
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Por José Negrón Valera
Hace dos meses, en La Habana, conocí a Silvio Rodríguez por segunda vez. La primera fue hace veinte años, cuando me regalaron un casete con su música. Ese 1999, coloqué la cinta en el reproductor y apreté el botón.
A partir de ese momento, no pasa un día en que no escuche, cante, recuerde, recomiende, toque en la guitarra una canción suya. Cecilia Todd, la maga, obró el milagro.
La historia de cómo se organizó el encuentro podría dar para una larga crónica, pero me conformo por ahora con comentarles que tuve el privilegio de asistir al concierto de su esposa, la flautista Niurka González, y de allí, a que me guiara por las calles de La Habana Vieja, la catedral sumergida en su baño de tejas. De que me dijese, señalando el letrero de Floridita, «tú que eres escritor, aquí es donde Hemingway gustaba tomar su trago de ron».
Fuimos al Museo Nacional de la Música y disfrutamos de la maravillosa voz de Cecilia. Luego cenamos, hablamos de la victoria del pueblo sirio, de la lucha que se libra en Chile. Tuve la dicha de que se uniera a la conversa, Vicente Feliú. Contó del abrazo colectivo que sentía cada vez que iba a Argentina. De cuando Vicente se comió, él solo, una inmensa torta de chocolate, cosa que aún recuerda la mamá de Silvio.
Vi sus ojos humedecerse al relatar la historia de un guerrillero nicaragüense, cuyo último aliento fue para evocar una de sus canciones. Luego, como si aquello no hubiese sido suficiente, me llevó a través de la noche habanera y vimos el malecón. Hablamos sobre el significado de Casiopea y le expuse la teoría que tenía.
«Me gusta cuando la gente interpreta como quiere mis canciones. No busco explicarlas. Ellas son lo que la gente quiere que sean», dijo.
Cecilia bromeaba con él y decía que Silvio era el unicornio. Él reía también y daba detalles de cómo se le ocurrió la canción.
Dejamos a Cecilia en su casa y luego seguimos hacia Marianao. Quería absorber todo lo posible, que la mente siempre tan traicionera tatuara en mi alma ese momento. Cuando me dejó frente a la puerta de la residencia, me dio la mano y me dijo «te voy a leer». Yo solo pude mirarlo, darle las gracias y repetirle «eres la banda sonora de mi vida».
De aquel encuentro, surgió un compromiso. Otorgar una entrevista para la agencia rusa de noticias Sputnik.
La pandemia de la COVID-19 brindó un marco de oportunidad propicio para explorar los tiempos que transita la humanidad y los retos colectivos que enfrentamos.