Carta que le enviara Fidel –copia de una que le hiciera a Antonio Enrique Lussón Batlle–, al hoy Ministro de nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias, general de Cuerpo de Ejército Leopoldo Cintra Frías
Querido compañero Lussón,
El pasado domingo 22 de marzo, recibí tu libro «Triángulo de Victorias», con dedicatoria personal tuya fechada el 8 de este mismo mes.
Pude hacerle una revisión amplia. Me impresionó de modo particular el drama humano que se narra cuando en la Caravana de la Victoria que nos conducía hacia la capital, al entrar en Ciego de Ávila en medio del pueblo delirante de entusiasmo, pasaste delante de una jovencita que saltaba de alegría más que nadie y te pidió le firmaras un autógrafo.
Vio en ti, sin saber quién eras, un rebelde más y deseaba un recuerdo de ese día. En el autógrafo viste una foto de Indalecio Montejo. Al preguntarle «instintivamente si era su novio» te respondió: «es mi hermano».
Estaba allí con su familia. Indalecio era un bravo combatiente de tu columna al que tú «apreciabas y querías entrañablemente».
Participó en diferentes acciones de la Columna Abel Santa María. Recordaste que había muerto en los últimos días de diciembre en la Gran Piedra, en un accidente cuando cumpliendo misión, se volcó su jeep. «Dar aquella noticia transformó la alegría del triunfo en uno de los peores momentos de mi vida», dijiste.
El episodio revela uno de los grandes dramas de las revoluciones que solo podemos conocer los que los hemos vivido muy de cerca. Sin tu libro yo no habría conocido nunca ese triste episodio en aquellos días de plenitud y esperanza.
Muchos de los hechos que narras en el libro sobre las acciones de la columna Abel Santa María son enteramente nuevos para mí, que atareado en la estrategia y las acciones tácticas más directas de la Columna 1, no podía conocer los detalles de los numerosos combates que tenían lugar el mes de diciembre en los diversos frentes.
Me interesó mucho lo que cuentas sobre la operación del Segundo Frente Oriental en la dirección de Sagua de Tánamo-Moa, porque en ese momento era imprescindible rendir y ocupar las armas en aquella dirección. Igualmente interesantes fueron los combates en la dirección Cueto-San Germán que se narran en el libro.
A mi mente vuelan los recuerdos de aquellos días alrededor del 24 de diciembre, cuando tuve la tentación de atravesar la distancia que media entre Contramaestre y Marcané, con una pequeña escolta y la escuadra del Capitán Raúl Podio con una trípode calibre 30, para llegar hasta Birán, donde arribé al amanecer de ese día con el propósito de visitar a mi madre, a quien no veía hacía años.
Al regreso, desde las proximidades del Central Marcané, escuchaba el estampido de los sputnik, así le llamábamos a nuestras granadas artesanas, disparadas con un fusil recortado, las cuales impresionaban más por el ruido que por su eficacia, que las fuerzas al mando del Comandante Abelardo Colomé lanzaban sobre la guarnición sitiada en Cueto.
En aquella ocasión reuní bajo techo a los obreros azucareros y les hablé. En el central estaba la antigua residencia de mi hermano Ramón, integrado totalmente a la logística del Segundo Frente Oriental.
A punto de regresar con la debida rapidez a Contramaestre, en cuyas inmediaciones teníamos cercado un fuerte batallón del ejército enemigo que se defendía en los grandes almacenes del B.A.N.F.A.l en Maffo, decidí enviarle a Colomé la escuadra de Podio con la ametralladora trípode calibre 30 que manejaba excelentemente bien, para combatir los refuerzos procedentes de San Germán, que al mando del famoso Comandante Meroc Sosa, atrozmente represivo, intentaban evitar la rendición de la guarnición sitiada en Cueto.
Podio había realizado en la Sierra Maestra la proeza de derribar un caza enemigo con el certero disparo de su fusil Garand, cuando atacaba directamente con sus 8 ametralladoras 50, una posición nuestra. Tenía nervios de acero. De él no supe más hasta que llegó la triste noticia de su muerte en combate.
Narras muy bien en tu libro los detalles que conociste por los participantes en la batalla de Palma Soriano, ya que en ese momento te encontrabas en la dirección Sagua-Moa, algunos de los cuales yo desconocía, sobre el cerco de la ciudad en la ofensiva que llevamos a cabo, desde la Sierra Maestra.
Me interesaban los datos con relación al ataque y ocupación de la ciudad. En ese instante la Columna 1 se unía a las del Tercero y Segundo frentes. Una de nuestras características era, por supuesto, el reducidísimo número de combatientes.
La palabra frente derivaba de la enorme extensión del territorio oriental, que cubrían nuestras limitadas fuerzas, con escasez casi total de comunicaciones y claves, utilizando los mensajes escritos y las reuniones rápidas e imprescindibles de los Jefes.
El ataque a Palma lo iniciamos por el Central Azucarero, situado en las inmediaciones de la carretera central, al Sur del Río Contramaestre, relativamente caudaloso para nuestras condiciones de Isla alargada y estrecha.
Como siempre, el combate lo iniciábamos con un golpe sorpresivo. Esta vez era la avioneta del mando de Santiago de Cuba que aterrizaba en el rústico aeropuerto próximo al central, cuyos accesos atravesaban áreas de cañaverales, que debían ser transitados por el oficial que transmitía las instrucciones operativas desde Santiago de Cuba.
Psicológicamente, era una acción desmoralizante para el enemigo. Nuestros impacientes reclutas dispararon contra la escolta del oficial mensajero y no contra la patrulla que se aproximaba entre los cañaverales para recogerlo. La avioneta despegó aceleradamente y no fue capturada junto al mensajero con grado de Comandante, que era el objetivo de nuestra acción.
Sincronizado con la llegada de la avioneta, minutos después se inició el ataque a la guarnición de Palma, muy próximo al cuartel. Se usaron los morteros calibre 60 y entre ellos uno calibre 81. El grupo de morteros estaba bajo la eficaz dirección del Capitán Aeropajito Montero.
El problema principal, como siempre, era la escasez de proyectiles, pues todos provenían de los que se ocupaban al enemigo. Nuestro puesto de mando estaba en el Central Azucarero, por eso conozco los detalles del inicio de los combates para tomar la ciudad.
Todo lo que te cuento sale de mi memoria en este instante, pues no dispongo de mucho tiempo para revisar documentos, aunque es difícil que olvide datos que me golpeaban mucho, porque de ellos dependía el número de bajas y los contundentes golpes de nuestras escasas fuerzas.
Tan pronto un proyectil de mortero 81 cayó al lado de la ametralladora 50 que disparaba desde la azotea del cuartel, la guarnición izó bandera blanca. Se ocuparon más de 200 armas de guerra aquel día y con ellas terminamos de armar mil reclutas rebeldes que seguían a la vanguardia armada de la Columna 1 y enviamos además 100 armas al Comandante Rebelde Belarmino Castilla que atacaba las fuerzas enemigas en Mayarí.
Todas las columnas que invadieron el territorio nacional, incluidas las del Che y Camilo, salieron de la Sierra Maestra. De las armas que ocupamos en la ciudad de Palma, el 28 enviamos a través de la bahía otras 100 para los valientes hombres del Movimiento 26 de julio que preparaban el alzamiento de la Ciudad de Santiago de Cuba.
Esa fue nuestra doctrina militar, que se adaptaba a las condiciones peculiares de nuestro país en ese momento, para conquistar, en apenas 2 años, la independencia definitiva de Cuba. No existía ninguna otra forma de crear las condiciones subjetivas para una Revolución Socialista en nuestra Patria. Los vientos estaban a nuestro favor, pero el tiempo estaba en contra.
Llamó mi atención lo que cuentas sobre la sorpresa que se llevó la gente del Capitán Filiberto Olivera, que partió de la Sierra junto con el Comandante Raúl Castro hacia el Segundo Frente.
La sorpresa a que te refieres se relaciona con el Comandante Sierra Talavera, Jefe de la compañía 104, de las fuerzas operativas que combatían contra nosotros cuando pidió parlamentar conmigo, y el trato que recibieron él y sus soldados. Para cumplimentar esa solicitud ustedes lo enviaron a Contramaestre en las primeras horas de la noche. No puedo olvidar aquel momento.
El fuerte batallón a que me referí antes estaba cercado por nosotros desde hacía más de 20 días en el almacén para el café del B.A.N.F.A.I., en Maffo a tiro de fusil del servicentro donde yo me encontraba preparando un ataque con el empleo del tanque capturado en Jibacoa, durante la última ofensiva de la tiranía, que el día anterior había llegado a Contramaestre.
En Palma Soriano fue ocupado un carro de bomberos con capacidad de 10 mil litros de agua. El día 27 le habíamos solicitado a Almeida el vehículo con 10 mil litros de gasolina.
Al teniente Leopoldo Cintra Frías se le asignó aquel tanque; él había realizado otra proeza con un tanque similar capturado en la batalla de Guisa, finalmente inutilizado por un bazucazo.
Mis horas con Fidel
Miguel Díaz Canel en tributo a Fidel en Santiago de Cuba
El comandante Pedro Miret había desempeñado importantes tareas durante nuestra ofensiva, ocupando incluso mi lugar en el puesto de mando de la Columna 1, cuando yo visitaba algún punto de la primera línea.
Estaba encargado aquel atardecer de coordinar la operación del tanque con otros puntos de apoyo. En su entusiasmo por el empleo del tanque en Maffo, ordenó a Polo avanzar hacia la posición enemiga, sin que yo me reuniera antes con el jefe y demás tripulantes del blindado.
Disponía de información fresca sobre una profunda furnia ocasionada por una bomba que lanzó la aviación enemiga, la cual cayó justamente en las proximidades de la entrada principal del almacén fortificado.
El tanque tenía, además, problemas en el cloche con la marcha atrás, lo que no impidió su traslado desde las proximidades de Jibacoa, hasta Contramaestre, un trayecto de más de cien kilómetros.
Al conocer lo que estaba ocurriendo, envié rápidamente un jeep con tres o cuatro combatientes de mi escolta para tratar de hacer contacto con el tanque, antes de que se iniciara el combate, pero minutos después la balacera se generalizó y algunos de esos compañeros murieron o fueron heridos.
Desde los parapetos de arena, las ametralladoras disparaban furiosamente contra el tanque que había topado con la furnia y la rueda delantera derecha quedó suspendida sobre la misma. Las balas impactaban directamente en las paredes del servicentro, donde Sierra Talavera parlamentaba conmigo. Tuve que hacer acopio de sangre fría, como si nada grave estuviera ocurriendo.
En el tanque iban cuatro tripulantes. Polo envía a Mienzo, no recuerdo su nombre completo, que era su conductor, para informarme de la situación. Al salir del tanque, dos miembros de la tripulación se bajan también, por iniciativa propia, uno muere y otro fue herido gravemente. Polo se queda solo, esperando instrucciones.
Mienzo se arrastra hasta el servicentro, cumpliendo la misión de su jefe. Al preguntarle su disposición de regresar al tanque, me responde: «yo lo intento y, si no me matan, llevo el mensaje». Le comunico por esa vía a Polo que dispare con el cañón directamente contra los nidos de ametralladoras. Pero no podía saber si Mienzo llegó vivo al tanque. Un disparo de su cañón me indicó que el mensajero había cumplido su objetivo.
Escuché alrededor de 20 disparos que se producían con intervalos de uno o dos minutos. De repente se produce un silencio total. No se escuchaban las ametralladoras ni los disparos del tanque, era desesperante.
En horas de la noche, cuando se realizaron los disparos de cañón contra las ametralladoras, solo quedaban en el blindado dos combatientes: Polo y Mienzo.
A pesar de la oscuridad, ambos se percataron de que doblando hacia la izquierda, dejando la furnia a su derecha, podían descender por la orilla de la carreterita asfaltada. Enclochando y desenclochando el vehículo, moviendo pulgada a pulgada las tres ruedas libres, pudieron sacar la cuarta suspendida sobre la furnia y salir de la carretera. Como aún conservaban decenas de proyectiles, ubicaron el tanque en otro lado de la posición enemiga y durante la madrugada le dispararon todos los proyectiles. Al amanecer estaban delante de nuestro puesto de mando, en la calle principal de Contramaestre.
De haber permanecido en la furnia, la aviación enemiga sin duda destruiría el tanque en las primeras horas de la mañana. Polo y Mienzo habrían muerto, ellos nunca abandonarían el blindado mientras podían disparar con alguna de sus armas.
El gran almacén destinado al café donde se había atrincherado el batallón estaba rodeado de un muro de sacos de arena, donde en puntos de fuego, protegidos igualmente con sacos de arena, estaban las ametralladoras. Su piso era de cemento sólido.
En su interior habían creado posiciones defensivas bien protegidas. Nuestros disparos de cañón perforaban las paredes del edificio, pero no causaban bajas. Los proyectiles de morteros impactaban en los techos, pero tampoco ocasionaban bajas entre los defensores. Afortunadamente no poseían bazuca como en Guisa.
Solo les quedaban alimentos para dos o tres días. Lo sabíamos por algunos soldados que desertaron de la unidad sitiada. Uno de ellos era de los duros que el mando del ejército batistiano había escogido para custodiarme en la prisión de Boniato, después del ataque al Moncada. Se les prohibía hablar conmigo. Uno de ellos, campesino de origen, se hizo amigo. Me inspiraba confianza. Había ido a parar al batallón que defendía Maffo.
El Primer Teniente improvisado Antonio Regueiro, que no había sido cadete en la Escuela de oficiales del Ejército, ascendido en agosto de ese año, había asumido el mando del batallón. Era un oportunista batistiano y proyanki. Su jefe, Leopoldo Hernández Ríos, no ejercía ya sus prerrogativas. Estaba en un rincón del almacén, al parecer desmoralizado e inconforme con las estupideces de la dirección superior.
Fidel, El lector voraz
La unidad militar no tenía salvación posible.
El pícaro Regueiro había accedido a parlamentar esa tarde, sin duda los cañonazos de Polito lo impresionaron, pero conocía la caballerosidad del Ejército Rebelde. Le razono que habíamos destruido el batallón de refuerzo que desde Bayamo le envió el mando de las tropas élites allí acantonadas, que habíamos ocupado Palma Soriano y Jiguaní.
El Cautillo y el puente que separa este punto de Bayamo estaban en nuestras manos y dinamitado el puente y la vía, a él le quedaba agua y comida solo para dos o tres días. Me dice: «no es cierto, hemos abierto un pozo, tenemos agua y disponemos de alimentos para varias semanas». «¿Y después qué haces?», le digo. «¡Después, me rindo!». «¡No!» –le repliqué con energía-, «¡después te suicidas tú y todos los oficiales de ese batallón! No puedes obligarnos a sacrificar vidas de valiosos combatientes en una guerra perdida y después acogerte a nuestra generosidad».
Ya estaba lista la operación proyectada con el carro de bomberos y sus 10 mil litros de gasolina. Desde el día anterior lo esperábamos. La noche del 28 lo utilizaríamos protegido por el tanque; si no se rendían no quedaba otra alternativa que convertir el almacén en un infierno.
Ellos sabían, además, que si había algún criminal de guerra entre la tropa, que se rindiera, sería juzgado, pero no se le aplicaría la pena capital. Una o dos horas después llegó el anuncio de que deponían las armas.
Dos puntos debo mencionarte que tuvieron excepcional importancia en nuestra guerra revolucionaria:
Punto 1: La batalla de Guisa, iniciada por fuerzas de la Columna 1, que no rebasaban, cuando partimos de la Sierra, los 120 hombres, detrás nos seguían 1 000 reclutas de la Escuela de Instrucción de Minas del Frío.
El total de hombres de la columna con armas de guerra, cuando llegamos a Guisa, no rebasaba los 200 combatientes, incluyendo parte de las armas de una compañía que se pasó a nuestras filas, bajo el compromiso de que no serían obligados a combatir contra sus antiguos compañeros.
Las fuerzas de operaciones, con sede en Bayamo, a las que nos enfrentamos en Guisa, sumaban de 3 a 4 mil hombres y eran las mejores tropas con que contaba el enemigo. Su jefe, el General Cantillo, militar de carrera, gozaba de gran prestigio y no era criminal de guerra.
En los combates por la posesión de Guisa, que duraron 10 días, el adversario empleó tanques y artillería pesada, más la aviación que operaba desde el amanecer durante casi 12 horas. Las fuerzas enemigas, que nos superaban en número por lo menos 15 veces cuando se iniciaron los combates, fueron derrotadas en la batalla de Guisa, que en aras del tiempo omito describir. Está narrada en una Reflexión.
El cuartel de la pequeña urbe y los almacenes repletos de víveres quedaron en nuestras manos. Nuestros reclutas se convirtieron en soldados a los cuales confiar cualquier misión y nuestros combatientes con armas de guerra, se duplicaron. La repercusión de esa batalla se pudo apreciar muy pronto en hechos concretos.
Punto 2: Otro acontecimiento de gran trascendencia sin el cual no podía concebirse la fulminante victoria total que prosiguió al Primero de Enero:
La ocupación de Santiago de Cuba y el acto histórico constituyó un hecho de gran trascendencia si se toma en cuenta que esta vez la Ciudad Héroe estaba en manos de los revolucionarios. Pero no era suficiente.
En la Capital se había producido un Golpe de Estado promovido por los yankis, un nuevo Presidente había sido proclamado por Cantillo en la persona del magistrado más antiguo del tribunal constitucional, el Coronel Barquín, líder de los llamados militares puros, se hallaba en Columbia, maniobrando con el grupo de asesores norteamericanos inspiradores del golpe. Camilo no había llegado a La Habana ni el Che a la Cabaña. Salieron el dos de enero y estaban a más de 300 kilómetros de la capital.
En Bayamo estaban los tanques pesados y la artillería de campaña. La activa aviación que combatió contra nosotros durante toda la guerra, no estaba controlada. El Coronel Barquín me llamó a Santiago el día primero por la noche. Pedí le comunicaran tajantemente que en Columbia no hablaría más que con Camilo.
A grandes rasgos podrás comprender la importancia que tenían las fuerzas acantonadas en Bayamo, en esas peculiares circunstancias.
Yo venía avanzando por la carretera central con mil curtidos soldados de los combates de Guisa, Baire, Jiguaní, Palma Soriano y Maffo. Conmigo venía un grupo de tanques conocidos como maquintoches, sobre estera, con cañones calibre 37 milímetros, de los que defendían a Santiago de Cuba, con la propia tripulación que se subordinó a nosotros después de la reunión con los oficiales del Caney.
Al llegar a Jiguaní en horas del mediodía del 3 de enero, con un grupo de 40 hombres, entre los cuales estaba Leopoldo Cintra, me dirigí a un estadio en la ciudad de Bayamo, donde había convocado a las tropas de operaciones. Allí se reunieron más de tres mil soldados de élite con todas sus armas.
Entre ellos estaban los tripulantes de los tanques pesados y la artillería. Habían sido los subordinados directos del General Cantillo que no había hecho honor a los compromisos contraídos. No albergaba duda alguna de que aquella tropa se uniría a nosotros, sus adversarios, los que combatió durante dos años hasta el día anterior.
En pocos sitios me recibieron con tanto entusiasmo. Era el premio a nuestra política de guerra y nuestra batalla de ideas. Fue una excepcional victoria frente al imperio que impuso al pueblo de Cuba la tiranía sangrienta de Batista.
No había que derramar una gota más de sangre para iniciar el largo camino de la Revolución.
Tampoco me cabe la menor duda de que con el apoyo de todo el pueblo, el país totalmente paralizado por la huelga general revolucionaria y todos los medios de radio en nuestras manos, el avance de nuestras fuerzas era incontenible. El progreso de las tropas de Camilo y el Che hacia la Capital, sin hacer un disparo, lo estaba demostrando. Nadie combatiría contra ellos.
He pensado muchas veces que un mejor trabajo político con esos oficiales y soldados que me acompañaron hasta la Capital, habría restado al imperialismo materia prima para los grandes crímenes que cometió los años subsiguientes contra nuestro pueblo.
La lucha de la oligarquía y la burguesía rica contra la Revolución, desde luego que no podía impedirlo nadie. Ello no nos excusa de errores tácticos, afortunadamente nunca de tipo estratégico.
Los oficiales rebeldes con que tú, por instrucciones de Raúl, reforzaste mi modestísima seguridad personal, fueron excelentes.
No olvidaré nunca los servicios prestados por Leoncito, Vazquecito, Valle, que me acompañaron incluso en la captura de los primeros bandidos en el Escambray, cuando llegó la hora de enfrentar otros enemigos. Sin el apoyo de ellos y de otros que tú me enviaste, hablar de seguridad en medio de tantos planes enemigos habría sido un sueño.
A pesar de ello, no fueron pocos los riesgos. Es imposible dirigir sin desafiar peligros. Eso lo aprendiste tú muy bien cuando en Angola tuvieron que enfrentar tareas sumamente difíciles. Ustedes conocen que solo dando el ejemplo se puede obtener la victoria.