El pueblo cubano hoy 2020

Pintor santiaguero El Choco evoca raíces afrocubanas.

Por: Miguel Barnet
Cuba no es un país multicultural ni multiétnico. El pueblo cubano, resultado de la fusión de muchos otros pueblos -sobre todo de los nacidos en la península Ibérica, en África o en Asia-, se amalgamó en un proceso de transculturación de elementos que dio como resultado el ajiaco del que habló Fernando Ortiz.

Somos uno de los pueblos más mezclados del continente latinoamericano. Por eso nos definimos como «mestizos» de varias progenituras. Ese mestizaje se produjo en un largo y tenso proceso histórico de ajuste y desajuste de las culturas originarias.

«La transculturación no es la transposición de una cultura a otro ambiente, -aclara Ortiz- tampoco es la yuxtaposición de dos culturas; ni la imposición de una cultura sobre otra; ni la interposición de una en otra; ni siquiera una composición entre ambas. Es una descomposición, total o parcial, de cada una de ellas en el ámbito donde ocurre el contacto y una recomposición sintética ulterior, equivalente a una nueva posición cultural».

La trata trasatlántica y sus mecanismos opresores debilitaron, cuando no resquebrajaron, los sistemas de parentesco de los africanos, convirtiéndolos en objetos y no en sujetos, y a los propios españoles en amos de los oprimidos, lacerándose su original identidad como seres humanos.

El pueblo cubano adquirió una nueva expresión en sus variados matices y construyó una lengua común, el español de Cuba. Las lenguas de origen africano de raíces bantú, yoruba o ewe–fon no se desarrollaron como lenguas coloquiales, sino como formas litúrgicas, presentes aún hoy en ceremonias religiosas, espacios rituales y de resistencia cultural que preservan lo más auténtico de los cultos ancestrales africanos. No se conformó un lenguaje como vehículo de una cultura diferenciada, sus prácticas también sufrieron un proceso de cambio y desgaste.

No creo correcto definir al pueblo cubano como un etnos, sino sencillamente como un pueblo constructor de una identidad progresiva y cambiante. Somos cultura de la resistencia, siempre en crisis de transición. Un país rico en matices y manifestaciones culturales selladas por nuestra tradición y con una dinámica de futuro.

Hablar de un etnos cubano es reducir la consistencia de una cultura forjada en la fusión de elementos de diferentes fuentes que conformaron la especificidad de la nación.

El etnólogo se vanagloria en descifrar las fronteras de una cultura desde una mirada omnisciente y altiva. La etnología se preocupó durante mucho tiempo por recortar en el mundo espacios significantes y como escribió Marc Augé «identificados con culturas concebidas en sí mismas como totalidades plenas».

Lo étnico desde esas miradas casi siempre es coercitivo y reduccionista. Somos, como dijo el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, pueblos nuevos en un espacio donde caben todas las transformaciones y los procesos de modernización, o, en palabras de Ortiz, «ante todo una cazuela abierta. Esa es Cuba, la isla, la olla puesta al fuego de los trópicos».

El color de la piel puede ser un signo diferenciador dentro de la cubanidad, pero la cultura nos unió en lo social con matices en la mulatez y el cruce de varios pigmentos.

«Donde quiera que canten los pueblos, cantarán las patrias y donde quiera que canten las patrias, sus cánticos y sus voces nos hablarán de grandeza, de fraternidad, de progreso, de trabajo y amor», como escribió Don Fernando.

Ser cubano es poseer una intrínseca vocación de sociabilidad y universalidad, como puede comprobarse con la lectura de Los factores humanos de la cubanidad, El engaño de las razas y otros valiosos textos del sabio antropólogo cubano publicados por la Fundación Fernando Ortiz.

Somos un pueblo que nació en el archipiélago más cromático del continente. El negro cubano se define por el color de la piel como el blanco y el asiático, pero todos mezclados en eso que definió Nicolás Guillén como «color cubano». En última instancia, la poesía marcó la más alta definición de la cultura del otro y ese otro no es más que el yo y el nosotros. Somos un pueblo con una marca definitoria, la de la cubanía, que no deja de ser un enigma de variadas luces y sombras.

Es el lenguaje, ya sea hablado, poético, musical, danzario o incluso mimético, el que expresa mejor eso que llamamos lo cubano.

Cuando Fernando Ortiz se enfrentó a la riqueza etnográfica del descendiente de África, no lo hizo para particularizar una cultura específica sino para fundamentar mejor la integración nacional. Y a eso se debe nuestra aspiración mayor. Sin la integración no hay una cultura compacta. La fragmentación es divisionista y lleva a un callejón sin salida. El socialismo ha contribuido, como ningún otro sistema político, a esa integración. El Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial fundamenta con creces esta percepción.

Pintor santiaguero El Choco evoca raíces afrocubanas.
Pintor santiaguero El Choco evoca raíces afrocubanas.

«Solo en la verdadera cultura puede hallarse la fortaleza necesaria para vivir la vida propia sin servidumbres», profetizó Fernando Ortiz. La antropología sociocultural se propone descubrir los valores humanos de la sociedad contemporánea a contrapelo de la manipulación tecnológica neoliberal que convierte al ser humano en una máquina reproductora.

La tecnología moderna debe revelar siempre al alma humana. Un árbol no es más importante cuando está talado o arrancado de raíz que cuando vive y nos da sus frutos y su sombra.

El Partido Independiente de Color (PIC), que se propuso organizar la lucha por igualdad efectiva y derechos específicos, utilizando las vías legales del sistema político y de la libertad de expresión. Sus dirigentes fueron: Evaristo Estenoz, Pedro Ivonnet y Gregorio Surín.
El Partido Independiente de Color (PIC), que se propuso organizar la lucha por igualdad.

En mi opinión, el hecho social más significativo de nuestro país, por el modo en que se forjó, es la cultura. Ella nos identifica y nos salva.

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