Serguey y Fernando Dayán- Durante cinco años se prepararon para este momento y aun así apenas se lo creen. “Estoy soñando”, dice Serguey nada más poner un pie fue de la canoa. “Lo dije y nadie me creyó”, agrega Fernando Dayán con el ímpetu de sus 22 años. Han hecho historia y se abrazan bajo la bandera. Desde hoy son los campeones olímpicos en el C2 a mil metros. Es la primera vez que Cuba gana un oro olímpico en el canotaje y ellos, con esa mezcla de juventud y experiencia, lo acaban de hacer realidad.
Como en las semifinales aquí también comenzaron detrás, pero esta vez no esperaron tanto para acelerar la fuerza de las paletadas. Cuando la punta de su canoa pasó por la línea virtual que marca los primeros 250 metros marchaban cuartos; en los 500 metros ya eran los dueños de la segunda posición.
Por delante, un bote de China con un ritmo endemoniado. Por detrás, los tantas veces premiados alemanes. Arriba el sol que tantas veces, durante tantos años, les ha quemado el cuerpo en largas jornadas de entrenamiento con la vista fija en este momento. En Río de Janeiro llegaron sextos en la final, pero un año después conquistaron su primera plata mundial. Desde entonces nunca más se bajaron del podio. Siempre la vista puesta en Tokio, el momento soñado.
“La estrategia era hacer nuestra regata —confirma el más experimentado— Sabíamos que tenemos una buena segunda mitad y podíamos ganar. Buscamos mantenernos en el grupo y atacar en el momento preciso. Estábamos bien entrenados y estábamos claros que el que mejor remara en los últimos metros iba a ganar. Y esos fuimos nosotros”.
A la cabeza del bote, Serguey vio cómo le quedaban solo 250 metros y los chinos les sacaban solo 41 centésimas. “Vamos” —se dijo—, con toda la experiencia que da estar en sus cuartos Juegos Olímpicos. Los remos cubanos entraban y salían del agua más fuertes que los del resto, y con cada paletada descontaban valiosos centímetros. Cien metros, cincuenta más, otros cien, y el empuje final para levantar la nariz de la canoa e impulsarla sobre la meta.
En las gradas se hizo silencio. La llegada fue tan cerrada que la pizarra con los resultados aun estaba vacía. De pronto, en una esquina, la bandera azul, blanca y roja apareció de primera. Euforia absoluta. Sus 3:24.995 representan el mejor tiempo conseguido en esta prueba en citas olímpicas. El 3:25.198 de los chinos y el 3:25.615 de los teutones tampoco se habían visto nunca en citas estivales. Una regata dura y feliz para Cuba.
Antes de este oro el canotaje cubano tenía tres platas olímpicas, pero desde el 2004 no subía al podio. Aun con la medalla al cuello Serguey y Fernando coinciden en recordar a los canoístas que abrieron para Cuba el medallero en la historia olímpica. “Debemos estar orgullosos de nuestra historia. No podríamos estar parados aquí si no hubieran existido ellos. Me siento feliz de esta medalla de oro, porque sé que ellos también lucharon por conseguirla”.
Uno al lado del otro parecen padre e hijo. “Serguey es todo para mí —confiesa el más joven—. Nunca he perdido la cabeza por muy dura que sea la competencia y siempre he confiado en él. Durante todos estos años de sacrificio ha sido mi bastón y creo que yo el de él. Un día le dije que se iba a retirar como campeón olímpico y estoy orgullosísimo de haber cumplido mi palabra”.
“Lo principal es que entre los dos somos uno” —agrega el más veterano—, para reafirmar esa unión imprescindible para ganar en un deporte tan difícil como este. Mientras hablan un grupo de voluntarios los esperan para hacerle fotos. Hasta cierto punto, son el reflejo de la alegría que se siente ahora mismo en Cuba.
Fernando no lo sabe, pero las redes sociales están llenas de mensajes para ellos. “Mi papá fue canoista y él soñó con que un hijo pudiera lograr esto, aunque no pensó que me lo fuera a tomar tan en serio. Esto es lo mejor. Es por lo que con diez años me acostaba a soñar todos los días”.
A su lado, Serguey no deja de tocar la medalla dorada que le cuelga del pecho. Son sus cuartos Juegos Olímpicos y por fin tiene su premio.
“Ahora mismo me viene a la cabeza una imagen, y es la de un deportista llegando a la cima donde se ve cómo toma la medalla. Pero si lo miras desde el otro ángulo ves un camino lleno de espinas y piedras. Quienes conocen bien mi carrera saben que he tenido tropiezos, y lo principal es levantarse, rodearse de personas en las que puedas confiar, como Fernando”.
Plata olímpica para el holguinero Leuris Pupo en Tokio 2020
Cuando ambos lleguen a la villa celebrarán de maneras distintas, porque Fernando aun debe competir en el C1 a mil metros. No obstante, ya adelanta que hoy dormirá con su medalla. Es un tesoro que siempre quiere sentir. Serguey la colgará en lo alto, junto a la luz, para verla todos los días. Desde allí resplandecerá, como si dijera que tantos años y tanto esfuerzo han valido la pena solo por ese momento de brillo y de luz.
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