Incluso habiendo leído más de una vez todos sus cuentos –una de las tantas razones por la que Eduardo Heras León resultaría ya inolvidable– oír o decir su nombre me remite siempre a los años 2000, cuando para pasar la hora más provechosa del día, encendía el televisor a las siete de la mañana y quedaba absorta ante aquellas clases del curso de Técnicas Narrativas (Universidad para todos), que me develaba el rostro apacible del maestro fundador.
¡Qué modo de explicar de Eduardo Heras León! ¡Qué maneras de transmitir, desde su experiencia, los sacudimientos que nos provoca la literatura! ¡Cuán extraordinaria la elección de textos y autores –Martí, Virgilio Piñera, Julio Cortázar, Galeano, Onelio, García Márquez, Benedetti…–. ¡Cuánta certeza de que la lectura, sus infinitos mundos y sus recovecos podían encender las almas!
Eduardo Heras León No había tenido la dicha de tocar jamás Los pasos en la hierba, mención única en el concurso Casa de las Américas, de 1970. Había leído La guerra tuvo seis nombres, suficiente para no olvidar el calibre narrativo de su autor; sin embargo, toda referencia a su persona me devuelve, en primera instancia, aquellos amaneceres luminosos en los que un maestro de la escritura, lo era también de la poética y disfrutaba, lo mismo que escribir, enseñar.
Joven creador Yunier Riquenes García, del verso a la acción
Mucho tiempo después escuché la revelación de Eduardo Heras León, en la límpida esplendidez de su palabra: «maestro, escritor, periodista». En ese orden consideró Heras debíamos verlo, dado, tal vez, el grado de intensidad con que experimentó estas profesiones. Y sí, fue un maestro, pero no únicamente en el cálido escenario del aula.
Lo fue también Eduardo Heras León como escritor (Acero, A fuego limpio, Cuestión de principio, Dolce vita), como periodista y como crítico de arte (Desde la platea). Premios y distinciones, cada uno con su historia, se encargaron de respaldar el brillo insoslayable de una obra humanística y humana. Así, mereció los premios nacionales de Edición, de la Crítica y de Literatura, el galardón Maestro de Juventudes, la Distinción por la Cultura Nacional, la orden Félix Elmusa, la Medalla Alejo Carpentier, la Réplica del Machete del Generalísimo Máximo Gómez.
Hay, sin embargo, otro premio, que otorgan un pueblo y la vida, y es el que reconoce la grandeza de los seres que no se creyeron más importantes que un error, incluso cuando el coste hubiera sido doloroso; el que distingue la integridad de quien se erige sobre el desliz, y eleva la mirada y sigue adelante. Lo otorgan seres comunes que no saben callar la emoción que provoca ir al encuentro del hombre cabal y le «sueltan» espontáneamente el elogio. Ese lo llevó Eduardo Heras León en su corazón sabio y agradecido.
Quienes hemos acompañado al Chino Eduardo Heras León en momentos particularmente significativos, como la entrega del Premio Nacional de Literatura en la sala Nicolás Guillén de la Cabaña; o el panel para encomiar su vida y su obra, en la 28 Feria Internacional del Libro de La Habana que le estuvo dedicada, hemos sido testigos de ello.
Eduardo Heras León- En el panel largamente aplaudido, después de escuchar en la voz de los ponentes elogios tales como «melómano cultísimo, portador de un talento moral», o juicios como que «hay muchos modos de soportar la adversidad, pero ser víctima no fue su camino», se escuchó desde el público a un obrero de la fábrica Vanguardia Socialista recordarlo como un ser singular al que una vez habiéndolo conocido, jamás le perdería el rastro.
Profundamente conmovedoras resultan las palabras emitidas por el autor al recibir el Premio Nacional de Literatura. El «terco compromiso con la vida» en que se convertiría la promesa de que sería escritor, hecha a su aquejado padre (ofrenda de un niño limpiabotas que al concluir el trabajo escribía versos); y la certeza de que en «años verdaderamente inciertos la convicción de que la Revolución se había hecho para acabar con la injusticia y no para promoverla nos mantuvo vivos», dan fe de ello. Allí dejó dicho también que la literatura fue siempre compañera en los peores momentos», y contribuyó «a mantenerme leal a los principios que siempre rigieron mi vida».
Fiel a su devoción por compartir el conocimiento, fundó el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, el cual dirigió por más de 20 años. Especial orgullo muestran los egresados de ese recinto, del que se sale comprometido para siempre con la literatura. En la voz de sus egresados, mencionar a Heras León es motivo de devoción y reverencia.
El chino Eduardo Heras León partió a los 82 hacia la eternidad
Uneac Santiago de Cuba 2023
No es posible decir Heras sin pensar en autores que le han sido tan cercanos como Sacha, Casaus, Silvio y Piniella, o los ya fallecidos Wichy y Rodríguez Rivera. Decirlo es también apuntar a los jóvenes a los que les entregó –como expresó alguna vez– la obra que él dejara de escribir.
Leer hoy a Dazra Novak, a Elaine Vilar, a Claudia Alejandra Damiani, a Michel Encinosa Fú o a Idiel García, entre muchos otros, será siempre un modo de traer a la memoria al oneliano mayor. Con la obra que erigió el maestro se garantiza su sobrevida.